La última vez que lo vi fue a través de un monitor, durante las vigésimo cuartas jornadas de Derecho Penal, que él mismo coordinaba en su casa: el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM (noviembre de 2023)
Unos días después de su fallecimiento, pude constatar la admiración que dejó en muchas latitudes. De muy diversos lados llegaron lamentaciones públicas y privadas. Como buen político, había pertenecido a muchas organizaciones, academias y comités científicos.
Curiosamente, a pesar de haber sido un férreo crítico del gobierno actual, no faltaron los silencios unánimes en su recuerdo en Cámara de Diputados o la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
No vi que alguien escatimara sus múltiples méritos. Luego de confirmarse la noticia, las redes sociales se poblaron de imágenes de quienes querían recordar su paso en sus vidas. Pero hacerlo, tal vez significaría el primer acto de desobediencia contra su persona.
En un breve texto titulado Para la Navidad de 2012 (lo hacía de manera personal cada determinado tiempo), colocó una nota, mitad humor negro (como el que caracteriza a muchos penalistas), mitad verdad, en la que estableció un pliego de anticipaciones, es decir, su última voluntad referida a las instrucciones que debían seguir sus allegados al momento de su muerte.
Esa petición la ratificó en un libro que publicó para la casa Porrúa llamado Del Alba al crepúsculo. En ese texto, advirtió [dirigiéndose a Carmen, su esposa] lo que ocurriría el 10 de enero de 2023:
En primer término te pido —encarecidamente, como se dice cuando hay que poner juntos el ruego y el acento— que conserves para ti y sólo para ti la noticia de mi muerte. No la difundas, ni siquiera a tus allegados más cercanos y confiables, y tampoco a quienes supones que son los míos. Ni a unos ni a otros. En otras palabras: a nadie”.
En la mañana del 10 de enero de 2023, inició el rumor en la mensajería. “¿Es cierto que murió García Ramírez?”.
Dos días antes, se había ausentado de la reunión mensual de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, a la que no faltaba, salvo por cuestiones excepcionales, pero eso no daba para pensar en algo así. “No sé nada, y si siguen lo establecido en su última voluntad, solo sus allegadas lo sabrán”.
En los grupos de WhatsApp se replicaba la misma pregunta, pero todo era confusión. Había dos versiones, una de ellas, optimista que decía que se había ido de viaje.
Su voluntad se había cumplido al pie de la letra, como todas las instrucciones, mientras acometía distintas obligaciones: ya sea para una prisión modelo en el Estado de México; ser testigo del cierre del Palacio Negro; para procurar la justicia; ser un fundador decidido del Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE), cuyo fin era la generación de investigación de calidad para que los penalistas de vocación pudieran hacer que las ciencias prosperaran en libertad o bien; para fungir como juez internacional de derechos humanos.
Pero no todo fue miel sobre hojuelas: luego de ser un aspirante a la candidatura presidencial, tuvo que conformarse con la coordinación de unos juegos centroamericanos. Disciplinado y buen político, asumió responsabilidades que le eran encomendadas y cuando estuvieran fuera de sus materias, tuvo la entereza de ser un buen servidor público en la Secretaría del Trabajo, el Tribunal Agrario o como consejero del Instituto Nacional Electoral.
García Ramírez supo aprovechar cada oportunidad y ser un gran académico, conjugar equipos que llevaran el mundo de las ideas a la práctica.
De ahí su mérito. Haberse encontrado en un tiempo donde los políticos valoraran el pensamiento que mejorara las áreas de la práctica y diera lustre a ambos mundos. Pero ese tiempo parece estarse disolviendo y, hoy, ya no está. Con su partida no se cierra un ciclo en el Derecho: se abre un tiempo para la nostalgia y para saber que, con decisión, se pueden construir grandes instituciones.